Parecería que el mal del Ecuador no es en sí la inestabilidad política sino la falta de madurez, prudencia y sabiduría de sus gobernantes. Como candidatos son unas santas palomas, como presidentes son ejemplo de vanidad y prepotencia.
No sé si podría hablarse del "síndrome presidencial" en el Ecuador; de un síndrome que se convierte en enfermedad y transforma a los presidentes en seres vanidosos, ambiciosos y poco éticos. El poder pervierte, dicen.
Yo no sé si finalmente sea así o no. Lo que tengo claro es que la política en los actuales momentos ha perdido su razón de ser.
Cuando uno analiza con detenimiento a quienes dicen representar a los ecuatorianos, lo que uno ve es simple y pura ambición. Lo que debería existir, más bien, es una profunda y sincera vocación de servicio.
Da pena observar cómo la nación va de tumbo en tumbo sin encontrar un derrotero cierto.
Me resisto a aceptar las advertencias de Marianita de Jesús. "El Ecuador no se acabará por terremotos sino por los malos gobiernos". Ah, este no es la excepción.
Fuente: El Comercio
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